Los
orígenes de la Masonería según la tradición transmitida por antiguos
documentos masónicos que se remontan a los siglos XIV y XV (Old Charges) señalan
que ésta nace con los inicios del mundo o “noche de los tiempos” y por tanto
se considera depositaria de esa Sabiduría ancestral o Doctrina Madre
Ecléctica, trasmitida por la Tradición, y expresada en las distintas escuelas
de misterios de la antigüedad. En consecuencia, la Masonería es esencialmente
una escuela iniciática, es decir transmite la “Iniciación” o ”Camino al
Conocimiento del Principio Único y Generador del Cosmos que llamamos el Gran
Arquitecto del Universo, del cual somos como lo expresa el Génesis su “imagen
y semejanza”.
Por tanto podemos decir que aparte del aspecto histórico, la Masonería tiene
en su esencia un aspecto más importante que entronca en lo Ontológico y en lo
Metafísico, expresado en el poder místico que dan sus símbolos, sus
leyendas, métodos y tradiciones y que nos orientan siempre hacia la “Luz
Masónica” o “Sabiduría” que emana del Principio Único Generador de todo
cuanto existe, y en el cual somos y nos movemos.
Por ello, todos aquellos que a partir de una visión profana intentan descubrir
cual es el “Secreto de la Masonería”, golpeándose incesantemente en su propio
Egotismo e Intelectualismo espurio, no logran percibir que la Masonería no es
Secreta sino discreta y que su Verdadero secreto es de naturaleza Iniciática y
Metafísica y por tanto inaccesible a todo aquel que no se ha transmutado en un
verdadero iniciado.
La base de la enseñanza masónica está en la madre de todas las ciencias y
artes llamada “Simbología”, la que nos permite interpretar los Principios y
Leyes Universales que rigen en lo Cósmico y en el Hombre, y que en definitiva
expresan y reflejan al Gran Arquitecto del Universo.
Es decir, el símbolo es el aspecto perceptible (fenómeno) de una Idea
(noúmeno), que nos permite ir ampliando la Conciencia Interna de nuestra real
naturaleza al reintegrarnos con nuestra Esencia, proceso que se logra meditando
y reflexionando sinceramente en lo profundo de su significado.
Es interesante señalar que cuando hablamos de símbolo en masonería nos
estamos refiriendo a algo que es Sagrado y de “origen suprahumano” y de ahí su
Sabiduría, Fuerza y Belleza implícitas. Es tanto así, que la sincera
meditación en ellos es capaz reproducir transformaciones energéticas
liberadoras (despertar la conciencia) toda vez que se constituyen en una
especie de develación intuitiva de una realidad inaccesible a la observación
directa y a la comprensión de la razón pura, porque éstas son insuficientes
para descifrar y comprender la Creación toda como un “código simbólico
armónico” que expresa los infinitos atributos del Creador, donde todo sin
excepción se interrelaciona y donde el Hombre aparece en su centro como
reflejo directo del creador, y capaz de crear también a partir de su propia cultura.
Los símbolos manifiestan con fidelidad la idea que expresan, idea que trasunta
e ilumina nuestra Inteligencia porque actúa despertando en nuestro interior
realidades que la razón humana es incapaz de explicar, y en consecuencia es el
medio que nos reintegra con nuestra propia esencia. Por tanto, no son dogmas
sino que Principios que expresan los distintos modos de expresión de la
inteligencia del Gran Arquitecto del Universo; tampoco son alegorías producto
de la imaginación o suposición humanas y de ahí su “origen supra humano”, su
carácter Sagrado, y su Poder implícito capaz de transformarnos por su
energía en verdaderos hombres y mujeres libres. Cada masón interpreta los
símbolos según sus propias y sinceras posibilidades (parábola de los
talentos), pero siempre apuntando a la “Síntesis” en la Idea Única que todo
lo expresa, denominada GADU; en consecuencia la Masonería no contiene dogmas
pero si tiene Principios que expresan las distintas modalidades en que se
manifiesta la inteligencia del GADU o Principio Único que todo lo contiene.
La labor
del masón es entonces “difundir la luz y reunir lo disperso” a través de la
síntesis de los significados profundos de los distintos elementos simbólicos,
porque no sólo concibe ideas con su Inteligencia, sino que se re-liga con su
autentico Ser o Esencia al despertar su propio Genio; es decir se trata de una
reintegración interior, porque no es la forma del símbolo la que ilumina sino
que es justamente la idea que está plasmada en él y que al mismo tiempo ha
estado latente en nosotros porque comprendemos sólo lo que somos y tenemos en
nuestro interior, y por ende refleja el Cosmos en su totalidad (“conócete a ti
mismo”).
Los masones
para trabajar nos reunimos en Logias o talleres, pero es menester indicar que
el vocablo logia no solamente se refiere al templo o espacio físico, sino que
tiene una connotación más profunda ya que se refiere a un grupo de masones u
obreros de la inteligencia del Principio único ordenador que se constituyen
para trabajar a la gloria de tal Principio; por eso se dice simbólicamente que
tres masones constituyen una logia (ley de tres o de la creación), cinco la
iluminan(el hombre en el comienzo del dominio de los elementos) y siete la
hacen justa y perfecta (realización de la creación).
El templo
físico o Logia simboliza al Cosmos -y en consecuencia al Hombre Verdadero-
constituyéndose en un espacio delimitado por las seis direcciones espaciales
(oriente-occidente; norte-sur; cenit-nadir) y enmarcado por el Zodiaco a modo
de establecer los límites espacio temporales para interpretar la máquina
celeste.
Dentro de
este encuadre se encierran una serie de elementos simbólicos, siendo el
principal de ellos el llamado “Delta luminoso de Oriente” que representa al
GADU y desde donde se irradia su Sabiduría o Luz masónica. El resto de los
símbolos logiales así como los cargos que ejercen los Oficiales y el
Venerable maestro expresan las distintas modalidades cósmicas en que se
expresa la inteligencia única.
La “Luz
masónica” no es física, sino que es aquella Luz Inteligible o Sabiduría
infusa emanada del Delta luminoso de Oriente y cuyo Conocimiento queda
expresado y reflejado simbólicamente en dos columnas -J y B- situadas al
occidente; y que se estudia en la masonería a través de la siete artes
liberales -trivium y cuadrivium-, a saber: gramática, lógica y retórica;
aritmética, geometría, música y astronomía.
Como es
fundamental en la masonería la concepción del Principio Único Ordenador o
GADU, entonces el Delta en Oriente que lo representa tiene la forma de un
triángulo debido a que es el ternario la primera representación numérica y
geométrica que se puede tener de la unidad y que explican el acto de la
Creación, así como nos permiten ir más allá de ella concibiendo
interiormente la idea de Unidad no sólo dirigiéndose a la mente de orden
racional sino que a despertar la intuición intelectual que reside en el
corazón y que nos conduce en el Camino del Verdadero Conocimiento del GADU
-llamado también Gnosis.
Entonces
podemos decir que para el masón el GADU no es un dogma y en consecuencia la
Masonería no es una religión en el sentido tradicional del término, porque
cada masón lo concibe según sus posibilidades de entendimiento al ir
despertando su conciencia a través de la meditación y estudio de los
símbolos sagrados.
La máxima
de Delfos dice “conócete a ti mismo”, pero ese conocimiento sólo comienza
cuando percibimos que nada sabemos; pero no es una percepción racional o
mental, sino que es el descubrimiento íntimo de que lo que creíamos ser no
es, y entonces al encontrarnos en un profundo y oscuro vacío interior aparece
una luz –Conciencia- que nos identifica con la verdadera realidad que somos.
Este proceso es fundamental para poder ser un iniciable, es decir “estar libre
y ser de buenas costumbres”, lo que significa que antes de entrar a nuestro
templo interior debemos dejar afuera los conceptos, ideas falsas e
identificaciones que nos relacionan con el mundo profano, y que generan en
nosotros una falsa personalidad ajena a nuestra Verdadera Individualidad o
Verdadero Ser.
El
ególatra o aquel que está lleno de si mismo no tiene lugar para Dios, y por
tanto si no “muere místicamente” el hombre viejo para que nazca el adepto
jamás podrá acceder al Conocimiento del Ser, porque nacer es conocer y
conocer es co-nacer. La “muerte mística” o iniciática significa un retorno a
la pura virtualidad -volver a la madre tierra, al útero simbólico, como lo es
una semilla que contiene todos los potenciales para ser el árbol, y es a
partir de esa semilla o virtualidad que recién podemos acceder al templo para
que a partir de ese momento esa semilla pueda desarrollarse gracias al influjo
de los elementos, aire, agua y fuego (luz y calor), que se expresan en las
pruebas iniciáticas purificadoras correspondientes y que nos llevan hacia la
simplicidad de la Unidad, la que no está compuesta de nada y es ella misma.
La
comunicación en nuestras logias de las experiencias individuales que nos
acontecen –trazados masónicos- en el camino del Conocimiento –Gnosis- es la
base del trabajo
colectivo
masónico y constituye una forma de evocar al GADU, reiterando su nombre como
una regeneración permanente, por cada uno de los masones, y que finalmente
supera lo individual y lo colectivo, al ascender en lo Universal y en la Unidad
- “reunir lo disperso”.
La
Iniciación es en si misma un misterio porque se trata de una experiencia en
nuestra intimidad que las palabras son incapaces de circunscribir, porque se
revela a todo aquel que ama –philos- a la Sabiduría –sophia- dado que en la
unión con esta está la verdadera identidad, y asimismo nos introduce en el
conocimiento mágico que tienen las infinitas formas misteriosas del
pensamiento de la Mente Universal.
Los
símbolos masónicos representan una realidad inaccesible a la observación
directa de los sentidos corporales o la comprensión de sólo la razón pura,
porque ellos manifiestan el orden y las leyes sostenedoras del mundo, del
universo y de nosotros mismos.
De este
modo se entiende que todos los seres de la Creación manifiesten una realidad
oculta en ellos, imperceptible a los sentidos, pero que los trasciende porque
pertenece a un Orden Superior. Del mismo modo las obras que la Naturaleza nos
muestra contienen en si mismas y además manifiestan los arquetipos del Creador
constituyéndose en su símbolo, tal como así también el hombre.
Como la
Naturaleza se expresa en símbolos, el iniciado debe develar éstos a través
de una metodología cuyos primeros pasos comienzan en una especie de
“simpatía” por una identidad de ideas y que le lleva seguidamente a la
“intuición”, entendiendo las pulsiones de la conciencia que le conducen a
comprender los principios que están más allá de los signos. Sin embargo, la
simpatía y la intuición sólo se desarrollan con la inteligencia que nos
permite el análisis, la descomposición y la síntesis en otro nivel superior.
Por lo
anterior podemos decir que todo símbolo sagrado, incluyendo el hombre como
símbolo del Cosmos, tiene una doble naturaleza: su materia o substancia y la
idea que expresa o su esencia.
La
Masonería tiene la particularidad de ser una escuela iniciática que conserva
el Saber de la Ciencia Simbólica, pero además posee la capacidad operativa de
transmutar a un hombre común o profano en un iniciado, regenerado en su seno y
nacido de nuevo mediante la influencia de la iniciación, permitiéndole
conocer el si mismo y así reintegrarse desde la pluralidad a la Unidad
Inmutable del Ser.
La
Masonería se expresa por medio de una simbología constructiva que permite
comprender la Cosmogonía y responder las tres preguntas fundamentales de la
filosofía, a saber: ¿Quién soy? ¿De donde vengo? Y ¿adónde voy?; y entonces,
siendo la Arquitectura el símbolo o Arte de concebir las ideas más elevadas y
la Construcción el arte de realizarlas, es por lo que los masones vemos en
nuestro oficio un modo de recrear el Modelo del Mundo y el vínculo de conexión
vertical con la Inteligencia creadora del Principio Único ordenado o GADU.
Entonces podemos resumir que la Masonería es una vía Hermética e intelectual
de aprendizaje de la Doctrina Tradicional transmitida a través del Rito y del
Simbolismo Constructivo, se trata de una enseñanza ancestral basada en las
correspondencias de un simbolismo sagrado analógico capaz de desentrañar el
misterio del Cosmos y de todos los seres que lo habitan.
En
consecuencia, el templo que los masones construimos a la Gloria del GADU es una
expresión simbólica que sintetiza en si toda la enseñanza que transmite la
Tradición revelada. Por ello el masón es un “arquitecto del Conocimiento”,
abarcando más allá de lo que generalmente significa un arquitecto en el
ámbito profano-académico; por ende la masonería no debe ser entendida como
una escuela de arquitectura sino que como una Escuela Iniciática que utiliza
los símbolos constructivos en su sentido más profundo y esotérico al mismo
tiempo que transmite una iniciación de oficio.
La
operatividad de la construcción masónica estriba en que el masón -como
arquitecto del Conocimiento- construye un templo en que hay correspondencia
entre el Creador o Principio Único, la Obra y el mismo hombre, por ello se
dice que el templo -u Hombre Verdadero- es un ser o “cuerpo vivo” hecho a
imagen y semejanza -pero no igual- de su Creador.
El proceso
iniciático -sintetizado en la Tradición- se desarrolla gradualmente en
distintos grados -o estaciones de conocimiento- que se pueden entender como
dispuestas escalonadamente en una espiral
que marca una jerarquización –hieros- que se relaciona con un ordenamiento
arquitectónico –archen- sagrado de las cosas, del hombre y de la arquitectura
misma del Universo, a partir de los tres pilares que sostienen el Cosmos:
Sabiduría, Fuerza y Belleza, y por los cuales el Principio Único Ordenador se
expresa.
Esta Verdad Universal se simboliza en la masonería en sus tres grados llamados
simbólicos: Aprendiz, Compañero y Maestro, y que son estados de conciencia
que se corresponden a distintos grados de la Existencia. Sin embargo, siendo
ellos tres en experiencia solamente son Uno en Esencia, y en consecuencia la
labor del iniciado consiste en hacer esos estados permanentes a través de la
reiteración y perseverancia en la comprensión y expresión de los Principios
Universales y sus múltiples aplicaciones en los diversos órdenes.
La diferencia cualitativa entre un determinado grado virtual de conocimiento y
su efectividad real está en lo que se llama la “Operatividad” que separa la
potencia del acto. Esto nos lleva a inferir que la transmisión de la
enseñanza iniciática en esencialmente incomunicable, pero no así los
métodos y prácticas que son lo único que se puede enseñar por medio del
simbolismo, viene sólo a ser así una ayuda exterior aportada al trabajo
interno de realización.
El trabajo masónico de construcción se realiza en múltiples estados del Ser,
elevándose a través de distintos órdenes de la Existencia a los que éstos
pertenecen. Por ello el masón comprende que él es en si mismo un templo
completo que se constituye en tal, en la medida de su trabajo interior al ir
despertando la conciencia, y que trasciende a toda condición de espacio y
tiempo erigiéndose más allá del devenir y de la muerte.
La base de toda la construcción masónica es la Geometría –sagrada- en su
concepción mas profunda, porque es la ciencia por la que se mide toda la
manifestación del Creador, y en consecuencia todo ser que ocupa un lugar en el
Cosmos ha sido determinado y medido por el Gran Geómetra, lo que significa que
sus condiciones de existencia son la medida y su razón de ser; por ello
decimos que Dios geometriza, es decir todas sus manifestaciones se determinan en
número, peso y medida.
La arquitectura, como toda disciplina que realiza las cosas con arte, abarca la
facultad intelectual “imaginativa” –nous- que es la que
concibe alguna idea imitable –paradigma-, y la facultad “operativa” que es la
imitación de aquel modelo o paradigma en un material determinado. Estos dos
aspectos trabajan sinergicamente en el masón toda vez que la Sabiduría y el
método, o la Inteligencia y el arte, se expresan de modo que el fenómeno
creativo da cuenta de si mismo, de manera que debemos entender que el espíritu
humano no crea únicamente a partir de sus propias fuerzas, ni aún en las
condiciones más favorables, sino que necesita de la inspiración que viene de
algo superior -genio- y que constituye la parte más importante del proceso
creador, porque los actos creadores superiores requieren necesariamente la
Conciencia Viva de la presencia de un Ser superior.
Por tanto,
los masones nos sentimos co-creadores con aquel Principio Único porque
participamos en su poder creador que consiste en una manera de construir
–techne- y en el modo de concebir –logos- esa manera de construir,
reproduciendo - como imitaciones sensibles- los arquetipos y modelos
inteligibles a través de la geometría en formas y figuras que son imágenes
inteligibles de ideas y números.
La necesidad interior que impulsa al hombre, y particularmente al masón, de
imitar en sus obras el poder creador del GADU responde a las necesidades del
“hombre integral”, que no sólo vive de pan sino de todo aquello que se
encuentra más allá de su contingencia individual y transitoria, porque una
vez cumplida esa necesidad toma conciencia de quien es realmente de un modo
permanente e inmutable, porque todos los estados del ser están en perfecta
simultaneidad en el eterno presente. Todas estas palabras no deben ser
entendidas como si los masones quisiéramos sustraernos de nuestro medio
social, pues procuramos y tenemos el deber de llevar la luz a toda la
humanidad, lo que significa que trabajamos también para que nuestra sociedad
se establezca en un encuadre apto para vivenciar diversos niveles del
Conocimiento y para efectuar diversas maneras de existencia haciendo que la
cultura vuelva a lo que son sus orígenes sagrados, que van más allá de la
concepción que actualmente tiene el hombre contemporáneo cuyas necesidades
responden a condicionantes económicos, sociales y utilitarios sustentados en
la ignorancia, el fanatismo y la ambición de su egotismo.
El masón verdadero vive la vida ritualmente, pero no en un sentido literal ni
tampoco buscando méritos, la aceptación o el reconocimiento, sino que el rito
diario de vivir consiste en lo contrario, es decir mantener una visión sagrada
de un tiempo presente en el que el día se vive como una nueva jornada en la
que todo puede suceder, y cualquier actividad es una experiencia que nos puede
ayudar a “desbastar nuestra piedra bruta”- eliminar los egos que nos encarcelan
en la ilusión-; y entendiendo que lo justo está en el equilibrio del eje
vertical de la balanza y no a la izquierda o a la derecha. Es precisamente en
este centro donde el masón es libre porque tiene la posibilidad de reconocer
su posición que supera su individualismo situándose así en el sitial que le
corresponde como co-creador haciendo suya la Voluntad del Creador -hágase tu
voluntad aquí en la tierra así como en el cielo, lo de arriba es a lo de
abajo y viceversa-; y esto se traduce en la expresión masónica de “estar al
orden”, porque lo importante es que las cosas sean hechas por ellas mismas dado
que el mérito de hacerlas bien puede dejársele a otro; y no olvidemos que
todo nos es dado y por lo tanto no hay mérito real en las obras del hombre
salvo el hecho de ser su receptáculo y merecedores de ellas por gracia, porque
somos co-creadores de un obra que no nos pertenece. La vida masónica debe
constituirse entonces en un sacro oficio –sacrificio- cumpliendo el gesto
prototípico y ordenador del GADU que la Naturaleza nos muestra y que el masón
traslada a su diario quehacer, lo que se traduce en una metafísica que
entiende que la existencia es consecuencia del acto de ser; en consecuencia si
escudriñamos a través del simbolismo en las Causas y Principios del Ser
podemos distinguir los grados o niveles de Ser, lo que masonicamente es llamado
“cubicamiento” de la piedra bruta -que ha sido previamente desbastada- y que va
ampliando nuestra percepción en la medida que logramos un mayor grado de
interioridad o inmanencia.
Para el
masón todo en el Universo se manifiesta en sus infinitas entidades según el
grado de interioridad que éstas experimentan, pero que tienen en común un
Principio vital autosubsistente -Alma del mundo- que las organiza y las unifica
en su ser, unificando e integrando su substancia, en consecuencia la naturaleza
humana viene a ser inmaterial, subsistente, espiritual o intelectual,
incorruptible y eterna.
Los masones
consideramos que el iniciado es aquel que se ilumina por la Inteligencia o Luz
que emana del GADU y que le permite tomar posesión plena de si mismo,
aislándole de lo instintivo por medio del auxilio de las fuerzas ocultas y
perennes de la naturaleza, de modo que aflore la verdadera Voluntad que se
representa en el pensamiento a través de ideas que se expresan en todas
aquellas facultades propias del espíritu consciente.
Esto nos
lleva a colegir aquella Fuerza que se desprende de nuestros pensamientos, y en
consecuencia el desperdicio de energía cuando sólo producimos palabras
vacías sin ningún tipo de realización en lugar de experimentar la magia del
verbo divino que está en nosotros. Consideramos que la palabra en cuanto a
signo evocativo, confirma su valor toda vez que identifica la amplitud del
camino iniciático como equivalente de la infinitud de la conciencia humana, y
ésto queda demostrado en aquella “meditación en el silencio” donde aparecen
tantas voces como pensamientos y que intentamos limpiar de nuestra mente, y a
mayor abundamiento, siempre bajo cada discurso interno aparecen otra y otra voz
que van teniendo un vocabulario más expansivo que aquél que conocemos de
hecho; este estado es muy propio como aquél que se da en la ensoñación donde
las voces internas buscan lo que significa aquello cuando faltan palabras para
determinados significados demostrando con ello que existe en nosotros un
vocabulario infinito tal cual es nuestra conciencia; proceso que se detiene
sólo en el silencio absoluto cuando detenemos la lucha contra las voces
internas y pasamos a ser todo y nada al mismo tiempo.
Es preciso
lograr un entendimiento en la relación expansiva de todos los signos de la
Naturaleza -sin limitarnos sólo a nuestro vocabulario, dado que hay mucho más
que el significado latente de aquel universo propio del discurso de la
imaginación. Y esto no lleva a entender porqué en las antiguas escuelas de
misterios nunca fue permitido escribir la traducción del pensamiento, sino que
las enseñanzas sagradas se trasmitían oralmente por tradición -de boca a
oído- conservando así la ciencia simbólica y la capacidad de transformar y regenerar
al profano en un iniciado. Por ello el que se inicia en la masonería no sabe
leer ni escribir sino que debe primero aprender a deletrear en el libro de la
Naturaleza.
En consecuencia, es la Palabra o Verbo divino el único instrumento de
generación teleológica del Espíritu, de ahí que se utilice en operaciones
mágicas tales como la evocación, invocación, consagración y conjuración -
y que se dan en todos nuestros rituales masónicos-, más aún cuando el sonido
del verbo constituye el comienzo de la materialización del vacío.
Por ello ninguna fuerza negativa puede interferir nuestro pensamiento antes de
ser materializado por la palabra, independientemente de los distintos modos de
escribir o representar los sonidos y que la mayoría de las veces resulta en
letras, porque lo que importa entonces es su entendimiento respecto de la
“jerarquía” en que actúa junto a los niveles en que su sola voluntad se
ejercerá.
El iniciado
debe buscar en su propia conciencia las palabras para sus operaciones mágicas
sin temor a ejercitar sus poderes de comprensión, análisis e interpretación;
misterio revelado en las formas de la esfinge -querer, saber, osar y callar-,
así como en las relaciones de los elementos del microcosmos. Empero, lo
indispensable antes de practicar las operaciones mágicas iniciáticas es tener
el suficiente dominio y concentración sobre lo impulsivo e instintivo de nuestra
más inferior naturaleza.
Ahora bien,
¿cómo podemos entender la forma de pensamiento que elabora el masón?
Diremos que cuando se “establece” el hombre en un punto o situación central en
relación al universo, aparece necesariamente todo como una construcción
humana que elabora una Teoría respecto del Conocimiento, y que partiendo desde
el conocimiento material de las cosas y del hombre –sustentada en las
capacidades psicológicas de éste-, interpreta esta participación humana como
una especie de identidad -ya racional, ya irracional-.
La
“identidad racional” considera que la razón humana es la razón del mundo y
que pensar y Ser son idénticos; sin embargo es la “identidad irracional”
-propia de los iniciados- la que considera que el núcleo informe y más
profundo del hombre es en esencia el centro informe del Ser. Podríamos
concebir el mundo como igualdades si lo admitimos como semejanza toda vez que
lo idéntico se conoce por identidad así como nuestra luz interna es a la que
nos es exterior, es decir que el proceso de concebir y juzgar se haría en base
a analogías.
A mayor
abundamiento, el pensamiento platónico expresa que las cosas son lo que son
porque participan de ideas eternas e inalterables y que el ser humano participa
de éstas haciendo que se encuentre entonces en posesión de múltiples
principios fundamentales de “verdad evidente” llamados axiomas.
Sin
embargo, aquellos que no conciben un mundo ya “acabado” desde la “primera luz”,
tienen que asumir que el Conocimiento está entonces “inacabado” y en
permanente cambio de contenido en el propio proceso creador. Y de este modo
aparecen entonces aquellos “pragmáticos” que sostienen que los significados
conceptuales o el de las proposiciones se identifican con sus consecuencias lógicas
y prácticas, tomando análogamente el saber sólo como un aspecto instrumental
que está destinado a la producción de bienes y que además miden la verdad de
sus proposiciones sólo por el éxito logrado. Y si avanzamos un paso más en
esta línea de concebir el conocimiento, aparece el tipo de “pensamiento
operacional” cuando se aplica respecto de un concepto determinado la
identificación con una serie de operaciones correspondientes.
Empero, los
masones iniciados desarrollamos fundamentalmente el “saber constructivo” en
cuanto a que nada nos es dado más allá de los datos de nuestra conciencia,
dando como resultado “la lógica” a partir de las cosas y del mundo como
constructos lógicos que tienen que ser interpretados a partir de impresiones sensibles.
Pero el
“caos” original de nuestras sensaciones que hacen que “a priori” conozcamos de
las cosas aquello que en ellas “calificamos en el espacio y en el tiempo”, se
ordena por las funciones de síntesis de nuestro espíritu en la relación cósmica
de las cosas y el mundo, y no meramente como producto de la experiencia tanto
externa como interna, rehusando así las ideas innatas y los elementos a
priori.
Por otro
lado, el “racionalismo” que confía en el entendimiento y la razón pura y que
ve en la matemática una “ciencia a priori” de seguridad indudable e
independiente de la experiencia, puede llegar a ser “dogmático” toda vez que
esta confianza ciega crea poder construir un saber sobre el Ser a partir de
simples conceptos. Kant criticó la razón pura y estableció que conceptos sin
intuiciones sensibles son vacuos, y por ende nada del Ser puede ser expresado
sin fundamento en la experiencia, lo que constituiría un “criticismo” -es
decir, que al examen de todo conocimiento tendría que preceder la labor
científica- y que puede incluso llevar al “escepticismo” cuando la
desconfianza se traslada a los sentidos y/o al entendimiento, porque
entraríamos a formular frente a cada afirmación una contrafirmación de
idéntica fuerza que nos impulsa a abstenernos de tomar una decisión; por ello
el escepticismo es saludable solamente en la medida en que nos saca del
dogmatismo. En consecuencia, para lograr el “pensamiento constructivo” que se
da en el masón iniciado, es insuficiente utilizar la correspondencia entre los
conceptos con los objetos como fundamento de la noción de verdad porque
debemos subir un escalón más hacia la llamada “Verdad Trascendental”, donde
los juicios son formalmente no- contradictorios toda vez que representan la “síntesis”
de la validez universal de los datos relativos que nuestra experiencia da a un
objeto, o también cuando las posibilidades son suficientes para explicar
aquellos fenómenos con los que se relacionan. Entonces cuando utilicemos la
palabra “Verdad” es menester ubicarnos si con este vocablo queremos indicar una
“verdad axiomática” -es decir evidente y admitida universalmente sin necesidad
de demostración-,o una “verdad empírica” -que se da como juicio dado según
nuestra experiencia-, o una verdad operativa o pragmática -aceptando la
veracidad de todo cuanto pueda ser realizado-.
Sin
embargo, el iniciado real apunta a la “Verdad Trascendente” al relacionar los
conceptos del entendimiento y la experiencia posible, para así entonces pasar
a la pura “Verdad Existencial” que es el mismo Ser y que se traduce en el
pensamiento como Verdad existencial de la Conciencia; y en el pensamiento
acerca del pensamiento como Verdad existencial del Espíritu.
Entonces
cuando el aforismo dice “conocerás la verdad y la verdad os hará libre”
queremos decir que los conceptos dados por la fuerza del pensamiento y los
respectivos entendimientos cósmicos se deben comprender inteligiblemente a fin
de establecer su real jerarquía operativa y donde su valor adquiere
significado en cuanto nos identificamos con la totalidad de aquel
entendimiento, porque cualquier acción de nuestra conciencia tiene un sentido
cósmico en nuestro pensamiento y en nuestros valores -entendidos éstos como
aquellos sentimientos que habitan en nosotros y que adquieren una objetividad
espiritual que supera lo individua-l porque surgen al entendimiento de la
naturaleza espiritual; y es aquí donde empieza el verdadero “pensamiento
mágico” del iniciado que va
en
dirección a aspectos interiores metafísicos y que le hacen estar
concientemente más vivo cuanto más penetra en su Ser, adquiriendo un sentido
de unidad entre toda experiencia y conocimiento. Aquí entramos en un saber que
es independiente de la experiencia a priori, y que incluye los principios de la
“causa primera”, es el
saber del
ente en cuanto a su aspecto ontológico, pues lo que es, existe o puede existir
se sustenta en el concepto general más vasto posible -llamado el Ser-;
penetrando en el saber de su naturaleza más perfecta en cuanto a sus fines
teleológicos.
El
pensamiento metafísico no procede de manera deductivo- analítica como lo hace
el pensamiento científico, ni tampoco se sustenta en axiomas dogmáticos que
sólo aceptan como verdadero lo que siempre puedo conocer como distinto y
claro; porque es una abstracción de la realidad viva que unifica y sintetiza
la totalidad de la experiencia y del saber en un momento dado, orientándose
hacia el sentido, valor y conocimiento del Ser, dado que toda metafísica se
estructura en tres principios fundamentales: el ontológico, el
psicológico-deontológico y el teológico.
Sin embargo
debemos tener cuidado en nuestras construcciones metafísicas deductivas porque
podemos caer en el prejuicio de la estructuración única toda vez que creemos
que determinada abstracción verbal debe necesariamente corresponder a una sola
naturaleza capaz de captar una intuición de esencias, y a contrario sensu,
tampoco caer concientemente en la ambigüedad de reflexionar en una profundidad
sin existencia.
Otro
obstáculo posible en el desarrollo del pensamiento metafísico es el
“aislamiento del Ser”, porque lo universal y lo singular tienen y se hacen
sentido en una dependencia recíproca. Tampoco debemos caer en la simplicidad
fragmentando formas complejas en formas simples a través de juicios o
problemas porque esto no significa necesariamente que hayamos alcanzado los
elementos más simples -ejemplo de ello es la complejidad del átomo.
En el
aspecto psicológico eliminemos el prejuicio de la falsa identificación al
considerar idéntico lo que de hecho es diferente, confundiendo semejanza o
analogía con identidad dado que las igualdades aunque siendo instructivas, son
errores.
Sólo el
“entendimiento divino” puede respecto del mundo establecer a priori
proposiciones necesarias, por ello dejemos de pretender lo absoluto y
definitivo -porque el entendimiento humano es finito, provisorio y sujeto
siempre a ser modificado por la experiencia futura y el progreso del
conocimiento-.
Por tanto
sólo podemos realizarnos en una perspectiva con alternativas porque no podemos
comprender lo que en el fondo es incomprensible en su sentido absoluto.
Entonces, los límites de lo comprensible reconocen lo inconcebible, de manera
que nunca los masones afirmamos saber lo que no se sabe, pues la esfera de
acción mágica –propia del maestro- no está en lo posible sino en lo
disponible en un momento dado de la conciencia.
La Gran Obra, expresada sabiamente en la tabla esmeraldina, viene a ser una
suerte de propia creación de si mismo o conquista plena de nuestras facultades
y de nuestro futuro cuando se produce la “emancipación perfecta” de la
Voluntad asegurando el imperio universal que es traducido en la transmutación
de su sustancialidad energética.
I.·. y Q.·. H.·. H.·. B.·. I.·.,
V.·. M.·. Resp.·.Logia José Victorino Lastarria N° 17
Publicado en Revista Ánfora Nº1 2007 e.·.v.·.
http://www.granoriente.cl