octubre 05, 2009

CRISTO Y LA MASONERÍA

Por Vicente Alcoseri, web Secreto Masónico

Cristo ha significado uno de los revolucionarios mas grandes que ha conocido la humanidad.

El significado original del cristianismo se pierde cada vez más. El cristianismo es una fe basada en el sincretismo que ha absorbido su idea , su teología y su ética de otras religiones y de otras corrientes, pero que nunca perdió su esencia fraternal, ello le proporcionó su energía, aparte de la tarea de habilidosos pensadores como el judío Pablo de Tarso, astutos gobernantes como Constantino e inteligentes ideólogos como san Agustín. Otras religiones, como el islamismo, el judaísmo, han tenido también larga vida y profusos partidarios pero el cristianismo es la que ofrece una construcción más vasta y consistente de sus utopías.
Mahoma fue un rico mercader y guerrero, y Buda, un príncipe pero Jesucristo fue un modesto hombre de abajo, un sencillo carpintero y albañil. De ahí su poderosa atracción para sus afines. El cristianismo tuvo inicialmente aceptación gracias a la aceptación que contó entre los esclavos.
La palabra iglesia quiere decir asamblea en latín. Ello está indicando el carácter colectivo de su integración. Comienza siendo una religión de humildes, de gente desprovista. A partir de ser tolerada y apoyada por Constantino, de ahí se convierte en una religión de Estado, esto la convertiría en la Religión de Sacro Imperio Romano, y de así se desplaza hacia las capas sociales más altas y favorecidas.
Con gran habilidad la Iglesia Cristiana llevó a cabo sus tareas de proselitismo incorporando en sus ritos las costumbres idólatras y paganas que constituían un desafío directo a sus doctrinas iniciales.
Cristo ha significado uno de los revolucionarios mas grandes que ha conocido la humanidad. Ha propiciado una sorprendente transformación de la sensibilidad. Si reflexionamos sobre las crueldades del circo romano -vistas con gran complacencia de los espectadores-, sin que ninguno se conmoviera por tan bárbara acción, nos percataremos que las emociones yacían en un estado de primaria incivilidad. Eso aportó la nueva religión en primera instancia: la compasión al prójimo.
El cristianismo comenzó siendo un movimiento de rebeldía contra la religión judía, de protesta contra las costumbres judías establecidas. Fue un movimiento antirreligioso para los inconformes en la forma de llevar la fe, una religión de comunitarios que compartían fraternalmente sus escasos bienes. Por ello el cuerpo de ideas de los cristianos primitivos convoca a los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados, reclama a los mansos porque ellos poseerán la tierra, llama a los perseguidos porque se les entregará un nuevo mundo. El cristianismo desconfiaba en sus inicios de los ilustrados doctores religiosos, de la inteligencia, y se apegaba al puro comportamiento de los ingenuos, de los ignorantes de la ley y saber. Ello no impidió las herejías y las divisiones que sobrevinieron después. Sin embargo, los cristianos no invalidaron la esclavitud, en su inicio como institución, no eliminaron tampoco los juegos gladiatorios, no cambiaron la moral sexual, no erradicaron las costumbres paganas; durante siglos practicaron las normas establecidas mientras luchaban por revolucionar la vida espiritual.
El cristianismo floreció en un momento de la historia muy especial en que el pueblo lo estaba necesitando de fe, alimentó su sed de justicia, aquietó su desesperanza mostrándole el camino de una vida eterna, gozosa, que le compensaría de sus muchos males en este mundo, en un reino celestial; pero después de la muerte. Contribuyó a aliviar los padecimientos de los olvidados, las desventuras de los desdichados. Si bien el más grande descubrimiento revolucionario ocurrió muchos años después cuando librepensadores como los masones comenzaron a concebir que el paraíso podía obtenerse en esta tierra, sin esperar la muerte.
El cristianismo es una fe inquieta, fatal, que mantiene una alta tensión entre lo que es y lo que debería ser, y esa es una de las fuentes de su fuerza. Por ello el cristianismo ha sido un estímulo de imposibles utopías. Su proceder nos proveyó de una cosmovisión que ha ayudado a mitigar la ansiedad que es el legado de todo vacío moral, y así una forma de controlar al pueblo, dándole una esperaza de bienestar, pero en el más allá. La bestialidad y el oropel dejaron de estar de moda, la sensualidad mermó su vigencia y el ascetismo y la vida sencilla consiguieron una estatura aceptable. El hombre dejó de ser un animal de apetitos sexual y de placeres terrenales, a partir del cristianismo, y se cambió en una conciencia con principios.


El hombre que agoniza en una cruz por que ambicionó cambiar el mundo, que lucha por la idea sublime de correr a los mercaderes del templo, el hombre que murió por enfrentar a los sacerdotes, alcanza el escalón superior de la raza humana, y se convierte en un Súper Hombre. Por eso la voz clara atribuida a Cristo -- epítome de la lucha social, el héroe popular y fabulación de los mitos celestes, el hombre victimado por abolir la religión del engaño – exclama que no ha venido a meter paz sino espada, la espada de los revolucionarios que comenzaron convocando a los miserables y honrados para construir un nuevo orden en los asuntos humanos. Quizás sea gracias a Cristo que la humanidad escuchó por vez primera las palabras, hoy tan en boga: otro mundo mejor es posible, si hoy viviera Cristo, Cristo fuera masón.