agosto 26, 2009

FILOSOFIA BARATA Y ZAPATOS DE GOMA

Por José Miguel Ried * Encontrado en la Web, sin restricciones para su republicación, dirección desconocida

“Por favor, por favor, por favor papá. Te juro que las necesito. Soy el único del curso que no las tiene”. Era lo que suplicante repetía el hijo de 13 años de un amigo mío, con lágrimas mal contenidas.
"¿Por qué nos aferramos a ciertos bienes materiales como si en ello se nos fuera la vida?


Lo que el mozalbete en cuestión necesitaba era un par de zapatillas. No es que anduviera a pata pelada, sino que necesitaba cierto modelo especial: las zapatillas de moda. Como costaban tres veces más que unas zapatillas corrientes, mi amigo se resistía. Finalmente le dio a su hijo esperanzas de que obtendría su pequeño paraíso de goma y logró despedirlo por un rato.

No pude menos que sonreír al recordar cómo yo, a esa edad, también anhelaba alguna prenda soñada que me igualara a los “choros” y que, por arte de birlibirloque, me convirtiera en alguien necesariamente más atractivo.

Este fenómeno, la necesidad de ser aceptado, de identificarse con la manada vía unas zapatillas caras que den una apariencia especial, no es monopolio de la clase acomodada. Las celebres “Arañitas”, esas pre-púberes que escalaban edificios para robar departamentos, dedicaban el fruto de sus afanes a comprar, especialmente, “zapatillas de marca”. Tampoco es monopolio de los niños. Éstos, en realidad, no hacen otra cosa que reaccionar a lo que sus padres les transmitieron junto con la leche tibia de las primeras mamaderas.

¿Por qué nos aferramos a ciertos bienes materiales como si en ello se nos fuera la vida?

Según Alain de Botton, no tenemos certeza de lo que realmente valemos. El barómetro de nuestra valía es lo que los demás opinan de nosotros. Si no nos consideran, no existimos. En resumen, buscamos desesperadamente el afecto y aceptación de los demás para validarnos ante nuestros propios ojos.

Lo deplorable es que con el correr de los siglos, hemos “evolucionado” y lo que se admira hoy no es la fuerza física, la valentía, la rectitud moral o la inteligencia, como en otras épocas. En este nuevo estadio llamado “sociedad de consumo”, los valores que más se respetan son los que se transan en la bolsa de comercio.

Hoy consideramos que el éxito radica en la adquisición, copulativamente, de un automóvil alemán, una casa fastuosa, una señora enrubiecida de apellido sonoro y el reloj de James Bond. No consideramos que el éxito tenga algo que ver con la felicidad. Lo importante es la acumulación de ciertos bienes que den estatus, por lo tanto, admiramos al “exitoso” aunque sea un infeliz.

Es por esto que nuestra sociedad está en vías de franco colapso. Creemos que encontraremos la felicidad en la demostración pública de ciertos activos. Trabajamos como esclavos durante todo el año para poder ganar 15 días hábiles de vacaciones y acumular la riqueza que nos permitirá satisfacer cuanto deseo se nos pueda ocurrir (deseos que ni siquiera son nuestros, sino que impuestos por el inconsciente colectivo). ¡Es el dictado de la sociedad! Sin embargo, tarde o temprano descubrimos que algo falta, que no somos felices. Se nos presenta la fría verdad que hemos derrochado nuestra vida haciendo lo que no nos gusta para poder comprar lo que no necesitamos. Es entonces cuando somos presa de depresiones y frustraciones homéricas.

¿Cuál es entonces el secreto de la felicidad? No es ningún secreto. Según el maestro Fromm, la teoría de que la felicidad se encuentra a través del hedonismo fue desechada por los grandes maestros de la vida en China, la India, el Cercano Oriente y Europa, con una sola excepción antes del siglo XVII (Aristipo).

Desde hace siglos que los maestros y la propia sabiduría popular nos vienen enseñando que la felicidad se encuentra precisamente en la negación de uno mismo, basta con leer los postulados del budismo o del cristianismo. El cristianismo, sin embargo, agregó un elemento adicional, la preocupación por los demás, el amor. Para lograr mi propia realización debo negarme y buscar el bien de los demás.

El siquiatra Victor Frankl planteó toda una terapia basada en la intención paradójica: Hacer lo contrario de lo que uno se siente compelido a hacer, para así lograr lo que en realidad se busca.

Así que si quiere ser feliz, no trate de serlo, empiece por hacer feliz a los demás, a su cónyuge e hijos, pague estupendos sueldos y preocúpese de sus empleados, dé la pasada, tráguese esa pachotada, sonría al que le hizo la encerrada, salude, dé limosnas y generosas propinas, en fin, busque al prójimo y quiéralo. Logrará su felicidad personal, y la de todos.

Cuando mis hijos lloren por la zapatilla de moda del futuro, pretendo hablarles de Frankl, Fromm, Buda y, ciertamente, de el Cristo. Auguro que no será fácil y que es posible que tenga que terminar en una zapatería. Entonces cantaré con Charly: “filosofía barata y zapatos de goma, quizás es todo lo que te di…”